Canto Cochino, 17 de abril de 2024
Tumbado panza arriba en un prado
cercano a Canto Cochino contemplo las nubes que vuelan sobre Peña Sirio y el
Yelmo. Descanso obligado después de un largo día de encuentros, conversaciones
a varios bandos, recuerdos, batallitas y puesta al día con unos y otros desde
nuestra última comida de grupo. Ahora es el tiempo de vuelta al silencio. La
música pide silencios. El silencio evoca la música. La acción necesita de la inacción
para que aquella cobre la intensidad de lo vivido y esto a su vez se sedimente
sobre el ánimo. Limo ello del fluir del tiempo en contacto con la realidad.
Giro la cabeza y veo allí al fondo
el Pájaro sinónimo de un tiempo casi remoto, tan remoto como ese otro que
narraba durante la comida Chavo. Chavo, le dije, ¿sabes?, echo de menos todos
esos relatos de más de medio siglo atrás, las historias de los primeros
encuentros con las emociones, las que nos pusieron en contacto con el largo
hilo de sensaciones que iban a acompañarnos desde la adolescencia hasta hoy
mismo. Chavo hablaba con pasión de esos doce, trece años en que bendecido por
una libertad y autonomía extraordinaria cargaban él y los amigos de su edad con
una cuerda de cáñamo, unos clavos, una maza acaso de picapedrero y Camorritos
arriba subían hacia Siete Picos para escalar con un espíritu pionero sacado
probablemente de cierto instinto que recorre al hombre desde el principio de
los tiempos, lo desconocido, el reto de subir por aquellos peñascos, la
curiosidad, y monte arriba descubrían ese nuevo sabor que la vida estaba a
punto de regalarles. Uno puede ser aficionado a los libros de aventura, de
montaña, hay quien se los merienda por docenas mes a mes, pero esos libros son
otra cosa. ¿Los grandes héroes de la literatura? Aquiles, Odiseo, Héctor,
Patroclo, Eneas… bien, pero presumo que existe un interesante material casi
inédito que apenas ha tenido espacio en la literatura. Me refiero al de los héroes
del final de la infancia, los que descubren el mundo inesperadamente
subiendo un día a Montón de Trigo o
Estamos tan rodeados de héroes,
de grandes hazañas, de marica el último, de obsesión por ser los primeros en
nosequé, que no se nos ocurre pensar en las sabrosas experiencias de aquellos
primeros años, siempre experimentados con materiales tan primitivos como el
hacha de sílex, con sacos de dormir de risa que te hacían castañear los dientes
durante toda la noche en los inviernos de Gredos.
Es lógico que en salidas como las de
hoy terminen apareciendo las batallitas y los daguerrotipos en la revuelta de
cualquier sendero, así como las dolencias propias de la edad, sin embargo en
las historias del pasado hay un punto, el de los primeros encuentros con la montaña,
que bien merecerían la habilidad de un Miguel Delibes o Ana María Matute para
ser narradas. Lástima, porque historias como las que contaba hoy Chavo y que yo
he oído muchas veces de personas de nuestra edad, el asombro, esa intrepidez
nacida tan temprano en un niño, el descubrimiento de la plenitud de
El sol ya se esfumó y las cumbres
han empezado a recogerse sobre sí mismas dispuestas también ellas a recibir a
la noche en silencio. No sé cuántos éramos hoy en la comida, pero aquello a ojo
de buen cubero parecía acercarse al centenar de veteranos. Si alguien pudiera
recoger una buena colección de historias como las que circulaban hoy por
nuestro sector, Bernardo, Charly, Asun, Ángel, Chavo y Victoria, seguro que
sería cosa digna de leer, que diría la santa de Ávila.
Mañana temprano a las ocho la mañana
he quedado por aquí con Javier, Santiago Pino y Juanjo para hacer un largo
recorrido, Cancho de los Muertos, Pajarito y la cuerda de las Milaneras. Para
no perdernos en exceso contamos con Santiago, el experto en laberintos
pedriceros. Un programa completo para celebrar esta primavera en donde las
jaras ya han empezado a vestirse de fiesta con los pétalos de sus flores.
Es la hora de los grillos.