Entre Chiapera y
el colle Ciarbonet, 18 de agosto de 2017
Esta magnífica
soledad. La bruma matinal entre los pliegues de las montañas, el pasto
amarilleando en su lecho entre la roca gris, agostado ya en este sur al que me
dirijo. La tenue brisa agitando trémula las altas hierbas.
Está mañana soy
más yo, yo y mi soledad más mía, más en el fluir de mi sangre. Ser montaña,
brisa, silencio, marmota en un alto collado donde el azul claro del cielo baja
a los valles para cubrirlos del delicado esfumato de los cuadros de Rafael, un
imperceptible velo de desvanecido horizonte marino.
Hoy no hay
romerías, el silencio ha vuelto a la montaña. Se recoge en le alma del
caminante, lo acaricia. Y el caminante, arropado, sobrecogido incluso por esta
repentina soledad que le susurra al oído
como si se tratara de una nana, una música de plenitud y silencio, no puede
hacer otra cosa que descargar su macuto más allá del collado frente a un nuevo
paisaje de montañas que cubren el horizonte como un brocado sobre la mañana y
sentarse un buen rato a contemplar este pedazo de vida palpitante que lo
visita.
Está bien
encontrarse con las fiestas de la gente, a las que por otra parte el caminante
siente tan cerca últimamente, pero también está bien este silencio y la
alternancia del paisaje humano con el que tropiezas.
Nos despedimos a
unos cientos de metros del refugio. Lucía y Quique reemprenderían su camino de
vuelta a Maljasset por otro itinerario, por el valle opuesto al que tomaría yo,
ellos hacia el norte y yo camino del sur.
Por cierto que el
sur empieza a hacerse presente de una manera cada vez más notoria. De momento
los pastos hasta ahora de un verde intenso y frondoso han pasado a mostrarse en
una gama de amarillos tirando a tostado con variaciones que hacen pensar tanto
en el calor como en que el verano declina hacia su final. Eran los colores de
muchos de lo cuadros de Van Gogh, o de Brueghel, las tonalidades del final de
la siega, los campos de rastrojos, los ocres de algunas gramíneas recostadas
contra la roca clara de los calveros, en algunos lugares el color del trigo
maduro de los campos de Castilla, el tostado de los pastizales en los lugares
más secos.
En la zona los
rebaños de vacas han sido sustituidos por el de ovejas. Subiendo al col
Girardin, por cierto a partir de él de nuevo en Italia por un puñado de días,
me encontré con un gran rebaño de ovejas cuidado de lejos por una mujer de
cuarenta y cinco a cincuenta años que perfectamente podía ser confundida con
una senderista equipada en el Decatlón más próximo. Seguro que se trataba de una
vocación tardía. Hay pastores que nacen en el monte y su vida transcurre allí
desde siempre y hay quien, como mi hijo Mario, lo adopta por vocación, porque
acaso las alturas, las quebradas de los montes, el contacto con los aires y los
vientos del campo abierto les señala un tipo de vida mucho más en consonancia
consigo mismos que la que puede ofrecerles los jeribeques de un confuso mundo
urbano en donde es más difícil encontrarse a sí mismo. La pastora de la mañana
evidentemente pertenecía a la clase de los que hacen una elección. El corte de
su pelo, su presencia física no diferida de cualquier mujer de la ciudad. Si mi
francés hubiera sido más fluido probablemente me habría decido a charlar un
rato con ella. Son una clase de personas que llaman mucho mi atención. Además
yo siempre tengo la impresión de que estos amantes de la soledad y la vida
sencilla siempre tienen mucho que enseñarnos al resto de los mortales. Sus
perros correteaban a su lado inquietos por mi presencia. Nos dimos un afable
buenos días y seguí camino adelante. Tuve la sensación de que iniciar una
charla elemental iba a perturbar su aislamiento.
Como tantas
veces, en el collado me esperaba una sorpresa que provocó que me sentara un
largo rato para dar cuenta poética de mi estado de ánimo. Uno puede encontrar
placer en la contemplación de algunos cuadros por razones diferentes, el color,
la composición, el ambiente, la capacidad para emocionarnos, la insólita
aparición de un motivo que nos atrapa. Encontrarse de repente frente a un
armonioso paisaje de montañas puede desencadenar unas emociones muy similares a
las que surgen en el ánimo de un amante de la pintura. En la composición del
cuadro de esta mañana el punto principal de atención, nada más asomarse al
collado, era una enorme masa de granito oscuro a contraluz, un pico de atrevido
porte que destacaba de resto del entorno como si él fuera la figura estelar y
el resto, las grandes y apuntadas montañas de más lejos, estuvieran allí sólo
como un amable fondo que contribuyera a destacar la impetuosidad del sujeto
principal, y que por otra parte era precedido por un variopinto alfombrado de
prados que en sucesivas terrazas iban a remansarse a los pies de esta especie
de Prometeo surgido como una aparición en el medio del valle.
Llevaba dos días
sin cobertura estable y había perdido la información del trayecto de hoy. Me
sonaba que desde Maljasset, donde había salido, hasta Chiapera eran cerca de
diez horas de marcha y cargué con comida y disposición para ese tiempo. Así que
cuando llegué al refugio, casi de sorpresa, me encontré que podía demorarme
allí con algún capricho adicional, cerveza y algo para pinchar, un dulce
italiano mitad turrón y mitad helado riquísimo y un capuchino. Había comido de
camino una hora antes. Como además tenían wifi me dediqué a bajar toda la
información y mapas que necesitaría hasta el final del recorrido. Según los
datos recogidos, todavía casi un mes para llegar al mar. Pero tendré que verlo,
porque sucede que quienes diseñaron la Vía Alpina parece que en las cercanías de su
final les hubiera dado un ramalazo de nostalgia de los tantos caminos y valles
y no se decidieran a poner el punto final, empleando así un montón de días en
hacer larguísimos bucles por las montañas cercanas a la costa antes de
decidirse a dar por terminado el recorrido. Ya veremos, este año he seguido
bastante fielmente el itinerario propuesto por los organizadores,
principalmente por comodidad, ya que saber en todo momento los tiempos y
circunstancias en que podrás abastecerte o encontrar un refugio es la mar de
cómodo. En el 2014 el descenso hacia el sur desde El Gran Paradiso lo hice
usando mapas de papel en todo momento y decidiendo cada día por donde seguiría
mi itinerario, que por otra parte siguió en líneas generales, con muchas
excepciones, una propuesta del Club Alpino Italiano que se conoce con las
siglas GTA, es decir Gran travesía de los Alpes.
Estoy empezando a
tener problemas con el dinero efectivo porque desde hace mucho tiempo no me
tropiezo con un cajero y hay muchos refugios sin cobertura que por consiguiente
no admiten tarjetas. El encargado del refugio, que hablaba además un castellano
muy fluido aprendido en América Latina, estuvo haciendo averiguaciones por
teléfono y consiguió lagunas direcciones. Maldita la gracia, pero es posible
que un día de estos tenga salirme de la ruta para ir a buscar dinero.
Después del
refugio todavía caminé un par de horas. Había empezado ayer con los cuentos
completos de Primo Levi, pero los he abandonado. Leí alguno que me gustó
bastante pero la temática de otros relacionados con la ciencia ficción o la
tecnología no me atraían, así que me detuve un momento, eché una ojeada y me
decidí por una obra conocida que se convirtió en un clásico del cine con Humphrey
Bogart y Lauren Bacall. Me refiero a El
sueño eterno, de Raymond Chandler. Joder, qué frescura, qué lenguaje tan
ágil, que capacidad para retratar con dos pinceladas, y, además, la ironía. Es
imposible leer y no estar viendo de continuo al chuleta y sabiondo de Humphrey
Bogart con sus característicos rictus de detective que se las sabe todas y
cuyos gestos y maneras cualquier aficionado al cine reconoce de inmediato.
Vamos, que no me enteraba del camino, absorto como estaba con aquella jovencita
que todavía no había sido destetada, su padre el decrépito general, su otra
hija o…
Mi tienda está
casi a oscuras y una ligera lluvia repica como distraída sobre su techo.
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