El día del amanecer bonito




Cercanías de bocca de Agnone, 5 de septiembre de 2017


¡Ah, el agua!, escribía ayer recordando lo desmemoriados que podemos ser cuando olvidamos cosas esenciales por tenerlas corrientemente a mano. Sin embargo basta que se presente la oportunidad de su ausencia para que todo nuestro organismo se ponga en situación de alarma. Atravesando las montañas de Córcega, especialmente en el norte, es el primer elemento que tienes que considerar cuando te pones en camino. Normalmente llevo dos litros o dos litros y medio, pero hoy el peso había vuelto a aumentar con las compras que hice para día y medio en el refugio D’Usciolu y pregunté al guarda si encontraría agua por el camino. Me indicó que había una pequeña fuente a dos horas y media pero que no estaba precisamente en el camino. Decidí cargar sólo con medio litro. El caso es que la crestería que se inicia en el refugio y llega hasta bocca di Agnone me llevó mucho tiempo. Son crestas laboriosas de continuas subidas y bajadas donde con frecuencia tienes que usar las manos. También perdí algún tiempo tomando un ramal equivocado. Cuando terminé la cuesta y el camino empezó a descender temí que hubiera entendido mal las indicaciones del guarda. En estas andaba, preocupado por el agua, cuando a la derecha observé, a cincuenta metros, un trozo de prado que tenía un verde un poco intenso. Me acerqué; nada, sólo un poco de humedad. Me iba cuando recordé la facilidad con que aquí se filtra el agua. Cuesta arriba la humedad fue aumentando hasta que, albricias, oí el inconfundible sonido de iluminación del chorrito de agua. Es increíble lo bien y bonito que suena un chorro de agua cuando es lo único en muchas horas a la redonda que puede calmarte la sed y proveerte hidratación hasta el mediodía posterior.


Pero, hombre, si había olvidado que hoy fue el día del amanecer bonito. Cada vez me cuesta más recordar lo que he hecho durante el día. Se me mezclan en la cabeza jornadas diferentes. Bueno, pues sí, hoy había puesto el despertador un poco más tarde, justo para poder ver amanecer el sol sobre el mar. Estaba en un collado y mi camino descendía por la parte occidental de la montaña, con lo cual saliendo de noche me habría perdido ese momento tan especial del alba sobre el Mediterráneo. Cuando salí de la tienda el sol emergía por encima de una línea de largas y estiradas nubes que rozaban el horizonte marino. La estela del sol, esa espada de luz que refulge y se extiende siempre como una daga de fuego hasta la misma orilla donde rompen las olas, era sólo una promesa que no se cumplió esta mañana. Enseguida la montaña próxima, los grandes monolitos de granito cercanos se cubrieron por unos minutos del intenso dorado de la aurora.

Lo del amanecer bonito es una expresión que recordamos con simpatía, en este caso cuando se trataba del atardecer que para el tema es lo mismo. Un día una amiga trajo de visita a nuestra casa a un conocido marroquí. Era la hora del crepúsculo y en nuestra casa es casi siempre un instante muy particular, a veces se convierte en un momento espectacular. Aquel día lo era. Rasid bautizó aquella tarde nuestra casa como la casa del atardecer bonito.


Si hubiera que buscar un símil para esta cordillera corsa no sería disparatado compararla con la del lomo de un enorme ejemplar antediluviano en donde la cabeza y sus grandes crestas huesudas y escamosas constituirían la parte norte de la cordillera, mientras que el centro y el sur formarían la parte lumbar y la cola. Esa impresión tengo cuando me voy aproximando al final de mi travesía. Las montañas, conservando su rocosidad y aquí y allá el perfil accidentado y complicado de andar, han perdido la agresividad de los primeros días y ahora parecen ir sometiéndose al destino final que les espera unas decenas de kilómetros más al sur, cuando por fin, como les sucedió a los Alpes, les llegue el momento de desaparecer bajo las aguas del mar.


Hoy, después de varios días, he vuelto a mis lecturas. Los días nublados o las largas caminatas a través de los bosques impiden que mis baterías se carguen y últimamente estaban bajo mínimos. Ayer, que fue un día luminoso y de andar de continuo por las alturas, el sol puso al día mis dispositivos. A punto estuve de dejar, como tantas veces la novela, esta vez de Iris Murdoch, El mar, el mar, pero sucedió algo, el protagonista, un hombre de sesenta años proveniente del mundo del espectáculo, que parece haber convivido con varias mujeres a lo largo de su vida y a las que no tiene en mucha consideración, un día se tropieza con la que fue el amor de su vida, un amor nacido de la temprana adolescencia pero que ella rompió casándose con otro hombre. El personaje frívolo tras el que habían corrido diversas mujeres no me interesaba en absoluto, el tipo no me gustaba pese a su gran afición por el mar, pero fue aparecer aquel antiguo amor y remontar la novela con la fuerza esa con la que algunos autores se meten a sus lectores en el bolsillo. Me interesaba especialmente ahora el análisis del amor y cómo éste nace, se gesta y desaparece o persiste entre las parejas. Ese misterio, que nunca llegaremos a comprender del todo, del amor, se ha convertido así durante el día de hoy en el trabajo de análisis de Iris Murdoch que yo apreciaba mientras subía, rodeaba o bajaba riscos, por demás toda la jornada teniendo a mi izquierda la lámina plateada de un lejano mar que el sol hacía brillar casi como una enorme plancha de hielo. Mientras tanto, a mi derecha, por poniente, aparecían pequeñas aldeas aquí y allá acomodadas en los pliegues de las estribaciones.


Había colocado mi tienda en un prado muy coqueto y, me estaba metiendo en ella después de tomar un rato el sol, cuando vi subir camino arriba a un barbudo pelirrojo a buen paso braceando con sus bastones como si tuviera que pasar por encima de las olas y cargado con un respetable macuto. Me dirigí a él en inglés: es tarde, no te va a dar tiempo a llegar al refugio, le dije. Don't worry, I am a big walker, in an hour I arrive, me contestó. Bueno, me encogí de hombros, yo había tardado cerca de tres horas y estaba cerca de los setenta, pensé, aunque sus palabras me sonaban más que otra cosa a ignorancia. Uno puede apretar más que otro por un camino corriente, pero cuando no hay camino, que lo que te encuentra es una encrucijada de rocas, subidas, bajadas y falsas pistas la cosa es diferente. Me temo que el pelirrojo va a tener que dormir esta noche entre los bloques de granito. A lo mejor se acuerda de mí en algún momento de su vivac, de mí o del bonito prado que ha despreciado más abajo para instalar su tienda.


Cierta sensación de alarma después de terminar estas notas y mientras cenaba. De repente ha empezado a sonar el motor o los motores de helicópteros cercanos. Es noche cerrada. La presencia de helicópteros a estas horas no puede significar otra cosa que un incendio y estoy vivaqueando en medio de un bosque. ¿Quién no recuerda al Bambi de la película de Disney cuando era niño, Bambi desesperado huyendo del bosque incendiado? He salido fuera de la tienda a ver pero no observo ningún resplandor. A veces he oído los motores cercanos, pero ahora parecen mantenerse algo lejos, el ruido de motores es continuo y da la impresión de permanecer en un espacio concreto. Me acuesto intranquilo. Voy a poner el despertador para asomarme cada hora al exterior. Una noticia buena es que no corre una brizna de viento.






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