La hora mágica: las cinco de la mañana


  


Grijó, 25 de febrero de 2018 
Etapa Pinheiro da Bemposta – Grijó 

Suena el despertador. Son las cinco de la mañana. El río suena tumultuoso más allá de la ventana. Enciendo la linterna. Me gusta este entorno. Las literas están hechas de palés pintados de blanco. Frente a mi cama un estilizado árbol acaso salido de una pintura de Rousseau extiende sus ramas a lo ancho de la pared. Frente a cada ventana hay una gran piedra de molino donde alguien ha pintado las palabras “love” y “peace”. El albergue molino respira el aire de tres o cuatro siglos atrás, si descontamos estas pinturas dadaistas con que han revestido las paredes y el techo del dormitorio.

A media mañana contesto unas líneas de mi amiga desconocida: “Hoy no encontré un café en donde desayunarme hasta hace diez minutos. El sol entra deliciosamente hasta mi mesa. Es la hora de quitarse los guantes, el abrigo, el gorro de lana y disfrutar de esa gracia particular del sol de invierno. También el momento de tomar alguna nota de este breve tramo del día, una noche durmiendo en un viejo molino, la compañía de unos alemanes construyendo un amoroso entorno propio de hippies, la salida en la noche de las cinco de la madrugada por una oscura senda a cuyo lado sonaban tronadoras las aguas de un río precipitándose por una cascada... Si siguiera estaría escribiendo mi crónica, así que a ella me remito al final del día”. 



No me está bien decirlo pero a este camino le sobra mucho asfalto, es excepcional encontrarse con algunas horas de senderos a través del campo o los bosques; la densidad de población es alta y queda poco espacio para los caminos que discurren generalmente por carreteras vecinales. El peregrino no es muy exigente, pero confiesa que hay otras muchas rutas para ir a Santiago que le satisfacen mucho más. Da siempre la sensación, cuando preguntas a alguien qué tal el Camino X, que tuviera la obligación de pintarte un paisaje mucho más poético de lo que el camino es en realidad, creo que he hecho uno diez Caminos de Santiago y, de valorarlos, pienso que pondría éste a la zaga de todos ellos. Aviso para caminantes, nada más, y sobre todo para mi querida amiga Manuela, de Mérida, que pretende hacerlo este verano. Pregunté en Madrid a un amigo de la montaña que lo había hecho y fueron tantas las excelencias que terminó por convencerme. En realidad lo que yo quería hacer era el camino por la costa desde Lisboa… pero la carencia de albergues me echó para atrás.

Ahora el mar tira de mí con tanta fuerza que definitivamente, después de estudiar el tramo Oporto – Santiago junto al mar, he decido abandonar este camino Portugués a partir de Oporto para probar el Camino de la Costa, que aparece con menos avituallamiento pero más prometedor por su paisaje y el entorno marino.

Mientras escribo me llega un comentario, al último post, de José Antonio, el amigo Cive, que se interesa en italiano por el destino de la donna toscana y me desea que me haya llamado después de la nota que le dejé en el camino. Y tengo que contestarle apesadumbrado: Caro, la mia amica è scomparsa. Sí, desaparecida y de verdad que lo siento, no es fácil encontrar gente interesante y está mujer de verdad que lo era.


Junto a mí un hombre joven rellena una quiniela con la seriedad de quien le va la vida en ello. Encuentro a encuentro va consultando en el teléfono sus anotaciones. Quizás una buena combinación le haga millonario. Enfrente, en el sol de la plaza, dos niños pequeños se desplazan con su patinete. Un perro abandonado me miraba indiferente esta mañana tumbado sobre la hierba de un parque poco antes de que amaneciera. Atravieso dos ciudades esta mañana que para mí son solo un nombre en el mapa. En la segunda los feligreses acuden a misa. El aparcamiento junto a la iglesia es sólo para los fieles que acuden a los actos religiosos. Exactamente igual que en los centros comerciales sólo que aquí se trata de un negocio relacionado con el alma que, aunque por sí misma no debería necesitar aparcamiento alguno, al requerir el apoyo del cuerpo para sustanciarse debe regirse por las normas de tráfico del ayuntamiento. Más allá, un hombre, más interesado por una reluciente moto de un escaparate que por su alma, dedica la hora de la misa a examinar minuciosamente una despampanante Harley Davinson de brillantes cromados.

Después del mediodía de pronto se hace verano, es tiempo de caminar en manga corta. También el de la lectura. Y enseguida me viene una sonrisa al rostro viendo los apuros de Ricardo Reis, el de Saramago, que en un arranque de ternura ha tomado por el brazo a la mucama que le atiende en el hotel, lo que llena de mala conciencia todos sus pensamientos de la tarde al punto de que cree que todo el mundo en el hotel lo mira con recriminación. Aquella noche, sin embargo, deja la puerta de su habitación abierta; que la mano de la doncella abrirá tímidamente pasada la medianoche.

Un perro abandonado que me mira indiferente sentado junto al camino , un gato sobre una valla tomando el sol, me recuerdan a una niña que encontré una mañana acuclillada entre unos arrozales al norte de Filipinas. Tenía la cara de abandono del perro, la mirada perdida, apenas reaccionó cuando le saqué algunas fotografías con el zoom. Me dejó una delgada tristeza por dentro.


Hoy había pensado continuar con la película que vi ayer, pero me temo que he chocado con un encargado de albergue tozudo y con pocas ganas de mover el culo de su casa para traerme la llave. Son las siete de la tarde y aquí estoy sentado en las afueras de Grijó como quien espera a Godó. Y no hay otro hotel o pensión que esto. Lo mismo me toca quedarme aquí sentado toda la noche esperando a que aparezca el hospitalero. Bueno, el caso es que yo quería terminar con la peli que empecé ayer, Juventud en marcha, de Pedro Costa. Mi chica, la hortelana, Victoria, que además de ser amante de los gatos le encanta el buen cine, me ha mandado esta película; extraño film de momento que me recuerda al búlgaro Bela Tarr por los largos espacios de silencio y sus extensas secuencias con cámara fija. Había desechado la idea de ver cine durante el Camino, pero puede ser un buen broche de final de jornada. Cenado, tumbado en la cama, caliente entre las cobijas, dejarse llevar por el ritmo de una buena película ha sido algo que no he practicado apenas, pero este año, metido en el libro de Román Gubern, Historia del cine, que cada noche me sugiere una película nueva con la que finalizar el día, eso si no lo hace por sí misma mi chica, quizás me llegue a aficionar. 

Por fin apareció el guardés. Cené en una cafetería del pueblo y me volví enseguida al albergue. Mi sesión de cine me esperaba.

Otras publicaciones del autor:



No hay comentarios: