Penélope deja la rueca y se reúne con Odiseo




Las Médulas, 16 de marzo de 2018 
Camino de Invierno. Etapa Las Médulas – Ponferrada. 


A la madrugada Las Médulas desde las calles del pueblo parecían menos espectaculares que la tarde anterior. Los que sí eran espectaculares eran los castaños centenarios que acompañaban los primeros tramos de la jornada que aparecían como elefantes en sus últimos años de vida. Los renuevos salían de las raíces próximas al tronco, pero no parecían tener muchas ganas de vivir. Algunos de estos renuevos habían sido injertados pero sin mucho éxito. Me llamaba la atención que todos fueran castaños centenarios en avanzada fase de envejecimiento. En los grandes castañares que había atravesado  hasta ahora convivían varias generaciones. Aquí no, eran hermosos, retorcidos y llenos del buen porte que da la vejez a quien ha vivido mucho, pero parecían despedirse de la vida sin descendencia alguna. 

Más abajo las alamedas, sin embargo, erectas como una tropa dispuesta a entrar en acción, y con sus ramas llenas de pájaros eran el ejemplo de una vida joven con toda una existencia por delante. 

El Sol salía tímidamente a ratos, pero ya era mucho que esta mañana no hubiera tenido que salir a la calle vistiendo el equipo de agua. 

Sentimiento de asombro, oigo esta mañana en el teléfono mientras leo uno de los ensayos de Alan Watts, y enseguida quedo prendado de esta expresión porque pareciera que es algo que hubiera desaparecido hace mucho tiempo de la vida de uno. La capacidad de asombrarse cuando las reiteraciones de la vida pasan terminan por aflojarse y perder fuerza. Probablemente el proceso de envejecimiento tenga que ver con su desaparición. A veces es posible hacerse el sueco, como que uno no se entera de lo que pasa, y entonces puede esperarse una reacción similar a la de quien se acaba de caer del guindo, pero es un engaño generalmente poco creíble. ¿Cuánto estaríamos dispuestos a dar por poder asombrarnos todavía a la vuelta de la esquina? Volver a esos momentos de la infancia en que el mundo es algo a descubrir. 

El Camino Real, que hace causa común con el de Invierno desde el día anterior cuando salí de Puente de Domínguez Flórez, va de la mano con éste hasta Borrenes. Los almendros aparecen ahora, ya con sus ramas plenas de flores, en pequeñas tropillas por aquí y por allá creciendo sobre una tierra roja de color ladrillo oscuro. Los que florecieron primero ya tienen a sus pies la nieve de sus pétalos cubriendo el suelo. Paso junto a grandes arbustos de romero llenos también de flores. 

Al cruzar el cielo, una flecha o un pájaro no dejan huella. La veloz trayectoria de una flecha que no deja huella se utiliza como imagen del paso de la vida humana a través del tiempo, de la verdad inevitable de que todas las cosas acaban por disolverse “sin dejar ninguna huella”. Trato de asumir esta idea mientras mi camino atraviesa entre brezos y robles. Miro distraídamente a mi alrededor. Los años me van acercando un poco a estas verdades, no sólo es que el camino termine entre el perejil, vamos que más allá no hay más, sino que la imagen de esa flecha que no deja huella en su recorrido me alerta todavía más para entender que hay que ir más allá aún para privar al mundo de nuestra huella. Ese dicho del budismo:

Al penetrar en el bosque, no perturba ni una brizna de hierba;
al penetrar en el agua, no ocasiona ni la más leve ondulación.

Pasar por el mundo como pasa la brisa entre las ranas de los árboles, una perfecta armonía con la naturaleza que cure nuestros anhelos de reconocimiento y de estar pendiente de los otros, de tantos asuntos, tantos, al fin la muerte como un instante más de ese presente, una mota de polvo disuelta en las aguas del mar.  Para la mente oriental, afirma Alan Watts, «la realidad» no puede expresarse; sólo puede conocerse intuitivamente. Todas estas cosas que intentamos poner en palabras son en realidad una perversión de nuestra manera de pensar occidental, que en todo momento trata de llegar al conocimiento a través de la razón cuando al conocimiento esencial sólo se llega a través de la intuición. 

En Priaranza del Bierzo encuentro un estanco-bar. Bar Inés. Inés tiene la cara llenita y una sonrisa fácil y servicial. A todos los clientes les llama por su nombre y entabla una charla con ellos que quizás quedó a mitad el día anterior. A un joven le pregunta por sus ejercicios de rehabilitación. Al peregrino le sirve un café con leche y un par de magdalenas. Siéntate, siéntate, que ahora te lo llevo yo a la mesa. Y hablamos del Camino y de la lluvia. A Inés el aroma de sus prietos senos le asoma discretamente por el escote de su vestido color canela. Cuando se han ido los clientes le halago su buen hacer con ellos. Me gusta mi trabajo, me dice. Y charlamos, y me comenta que en su televisión no se ven cosas de esas como lo del niño Gabriel, que allí sólo hay clips de música. Cuando me voy a marchar le pregunto si puedo hacerle una foto junto al cartel, ese Bar Inés, pero me da sopas con hondas. No le gustan las fotos, que la lleve en mi retina, me dice amablemente. 

Hoy esperaré a Penélope en la estación de autobuses de Ponferrada. Y me entretengo pensando en qué haré cuando llegue a casa después de esta larga caminata invernal. Y me quedo en blanco. La vida que hago aquí me place, es una forma muy particular de vivir donde me encuentro bien. Ese presente de que hablaba días atrás aquí se me antoja especialmente interesante cuando camino. No sé, quizás cuando llegué a casa, que cuando llegué estará solitaria, decida partir otra vez. Quizás camine unos días con mi amiga desconocida por Guadarrama, si es que se deja ver, que no la veo yo muy segura de ello. Mi amiga desconocida puede pensarse que soy Jack el Destripador y lo mismo en estos días cambia de opinión. ¿Y después? Pues lo mismo sigo caminando, por ejemplo en el Algarve portugués, esta vez ya primavera durmiendo bajo las estrellas, algo que me hace mucha ilusión. Caminar, dormir bajo las estrellas, hablar con el hombre que va conmigo, pegar la hebra con algún lugareño, en fin, esa cosa que debería ser tan sencilla: vivir.

En las Las mocedades de Ulises, por cuyas páginas tanto pasa la historia de Amadis de Gaula como Desdémona y sus sufrimientos por los celos de Otelo o la fidelidad de Cornelia para con su padre el rey Lear, por fin termina apareciendo Penélope que todavía no teje pero que, visto que ha al laértida Ulises, sus ojos no pueden ocultar el rubor que se le sube al rostro cuando su mirada se cruza con la del joven Odiseo, el de los mil y un engaño que habrá de ser más tarde, cuando el deseo de ver de nuevo a su Penélope lo incite a una rápida vuelta a su Ítaca natal. He aquí un fragmento del maravilloso Cunqueiro: “Para Penélope nacieron en un instante abriles en el aire, y la harina de los días se hizo pan. El héroe pulsaba a Penélope como quien tiende un noble arco, y lanzaba la flecha de la sonrisa recobrada contra las tinieblas, reinventando la luz. Nacieron hierbas otra vez, y las cosas tuvieron nombre. Reemprendieron su curso el sol, la luna y las estrellas”. 





Se me acaba la lectura. Terminé de golpe con Cunqueiro y con mi libro de las Rías Gallegas y no tuve más remedio que continuar con aquel otro que narra mi travesía de los Alpes del pasado año: Montañas que me dais la vida. Así que camino de Ponferrada paseé por los Alpes, Las Dolomitas, estuve en Venecia y después atravesé todo el norte de Italia para aproximarse de nuevo al macizo del Mont Blanc. A esto se le llama autofagia lectora. Yo me lo guiso yo me lo como. Si no fuera porque en un futuro, quizás en invierno junto a la chimenea, sé que me gustará volver a leer estas líneas, no estoy yo muy seguro de que siguiera escribiéndo este blog, cuyo destinatario necesariamente soy yo mismo, aunque de paso lo ponga provisionalmente en manos de otros lectores. 

A su paso por Ponferrada el Sil ha perdido una gran parte de su caudal. Junto al Sil, cuyas aguas irán a besar el océano en La Guardia, donde puse por primera vez mis pies en Galicia, me despido de este Camino de Invierno. Salud, república y “Buen Camino” a lo peregrinos que pongan más tarde los pies en esta senda camino del Obradoiro. 


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