El viejo y la montaña





Sant Antoni, Ibiza, 16 de abril de 2018


Cuenta la leyenda de un pueblo rodeado de grandes y altísimas montañas donde nunca llegaba la luz del sol, que un día los lugareños que madrugaban preparando sus aparatos de labranza al amanecer, de pronto vieron cruzar por la calle principal de la aldea a un anciano que empujaba una pesada carretilla. En la carretilla había un pico y una pala. Los aldeanos, intrigados, se dirigieron en grupo al anciano para preguntarle a dónde iba tan de mañana cargado con un pico y una pala. El anciano se detuvo, dejó la carretilla en el suelo y, señalando a lo alto a la montaña más alta dijo: desde muchas generaciones atrás hemos carecido del sol que necesitan nuestras huertas y que dé alegría a nuestros corazones, así que he decidido irme allá arriba a quitar las montañas de  en medio. Esa es la razón, concluyó el anciano, de ese pico y esa pala que aquí veis.

Esta mañana, mientras caminaba bajo la lluvia, una lluvia agradable especialmente porque a mi espalda sólo llevaba un par de bocadillos y poco más, me sumergí de nuevo, cientos de veces van ya, en ese problema insoluble que es optar por ayudar a mejorar nuestro mundo desde alguna plataforma social y política, sea cual sea el modo de hacerlo, o por el contrario cruzarme de brazos y aguantar la aplastante sombra que se cierne sobre nuestra sociedad del momento. La doctrina de la filosofía clásica, fundada por Zenón, que recibió el nombre de estoicismo, “estaba basada en el dominio y control de los hechos, cosas y pasiones que perturban la vida, valiéndose de la valentía y la razón del carácter personal. Su objetivo era alcanzar la felicidad y la sabiduría prescindiendo de los bienes materiales”. Epícteto lo ejemplifica así: “… del mismo modo en que el material del carpintero es la madera, y el del escultor, bronce, el objeto del arte de vivir es la propia vida de cada cual”. Naturalmente, y con toda la razón que corresponda a los estoicos, la imagen del cielo empujando la carretilla monte arriba no deja por eso de ser perturbadora. Si todos nos hubiéramos sentado delante de la puerta de nuestras casas con los brazos cruzados a ver pasar la vida y los acontecimientos del mundo probablemente estaríamos todavía subidos a los árboles. Pero qué aporta ese anciano a nuestra visión de la realidad y ¿cómo se puede armonizar el que objeto del arte de vivir sea la propia vida de cada cual con la necesidad de atender a las necesidades de mejora de la colmena? Dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César es una simple enunciación que no aclara nada mientras que no sepamos la medida de lo que se ha de dar. Mientras el viejo continúa empujando su carretilla monte arriba yo sigo reflexionando y me digo que la vida es tan corta tan corta. Y todavía me imagino al viejo cuando en lo alto su pico tropiece con la dura piedra, y lo traspaso a nuestra España actual en manos de ladrones, llena de desaprensivos y sicarios, cuando no de multitudes embelesadas con lo que dice la tele o con los goles de Messi o Ronaldo, y entonces a uno se le llena el alma de tristeza porque, cada vez pesa más esta reflexión, ¿merecerá la pena vivir el último tramo de la vida dolorido y cabreado con una realidad que ni los barrenos podrán demoler? Hoy me imagino al viejo con el pico destrozado sentado en lo alto de la montaña al modo de la escultura de Rodin sumido en una profunda reflexión y con las lágrimas en los ojos.

Atravesar la zona urbanizada de Sant Antoni requiere casi una hora, pero compensa. Dejó de llover precisamente cuando me encontré frente al mar, ya sin urbanizaciones que afearan la prístina belleza de este mar ibicense que poco a poco había pasado del gris plomizo de la lluvia al verde perla entreverado y de azul esmeralda. Caminando sobre las rocas salpicadas por las olas pienso en la posibilidad de vaciar Ibiza de turistas, rebobinar un par de siglos y entonces empezar a caminar entre los arbustos de romero, los pinos, las sabinas, los olivos, la costa despejada, las olas saltando sobre un literal solitario, quizás algún pequeño pesquero fondeado cercano a la costa, detenerse a oler una mata de espliego, de hinojo, de cantueso, de tomillo, a contemplar la lavandera, las pitas, la fragancia de los pinos cuando el sendero atraviesa bajo sus ramas. Ibiza sigue siendo hermosa pero una parte importante del litoral ha sido materialmente arrasado por las urbanizaciones. Su majestad la pasta ha hecho de Ibiza una caricatura de lo que pudo ser.

Camino  adelante aparecen las islas de Sa Conillera, Illa des Bosc, Ses Rates, Sea Punxes, un pequeño archipiélago que adorna la costa de paso hacia Cala Tarida. La música del mar se convierte en un mugido suave y cadencioso. Ahora el cielo es intensamente azul.

Me suena el teléfono mientras escribo estas notas y me encuentro que es un articulo recogido por una aplicación que instalé para saber el horario de los ferries con Formentera. Viene al caso. El franquismo que no cesa también se parapetaba en esta pequeña isla, en la que ahora sus habitantes rinden memoria a los asesinados por el franquismo. Este es el título del artículo:

“FORMENTERA PONE FIN A 81 AÑOS DE DESMEMORIA

Se instala en Sant Ferran el primer memorial de Balears por los asesinatos del franquismo.
Después de cuatro décadas de dictadura y cuatro más de democracia parlamentaria, tras más de 80 años de silencios atronadores, Formentera ha dignificado el recuerdo de los cinco asesinados por el fascismo en Sant Ferran: Jaume Ferrer Ferrer, Josep Ribas Marí, Joan Tur Mayans, Jaume Serra Juan y Vicent Cardona Colomar.

El pasado 1 de marzo, una jornada en la que coincide el día de las Illes Balears con el aniversario de este trágico hecho, el Gobierno autonómico instaló un humilde memorial a pocos metros de la tapia del cementerio de este pueblo, donde los cinco hombres fueron fusilados”.

Al fascismo que no cesa, la infamia que después de ocho décadas se sigue reproduciendo en España con un gobierno no muy diferente al que salió de la posguerra, le siguen saliendo ancianos que con su pico y pala quieren que la luz del sol llegue a su país.

Caminé en total cerca de seis horas por la costa, un bonito entorno que recordaba de la vez anterior que di la vuelta a la isla, y a las dos me fui a la parada del autobús de Cala que me devolvería al hotel. El autobús no apareció pero en su lugar llegó una bonita aparición, Leila, de ojos negros profundos, pelo rizado en larga cabellera y aspecto africano, que luego resultó hija de vasca y de un saharahui y que estaba emparejada con un italiano y que tenía un nene de 8 y una encantadora nena de 4. Iba a Ibiza al dentista y en media hora descorchamos temas para llenar varias horas de conversación. Me dejó en Ibiza y desde allí tomé el autobús a casa. El gusto que deja una agradable conversación con una desconocida es a veces magnífico.

Frente a mí cinco africanos terminan su comida en el restaurante. Dos mujeres exageradamente gruesas, un hombre corpulento de ojos profundos, uno joven embutido en una sudadera y su capucha;
todos en una mano sostienen una cuchara o un vaso mientras que en la otra mantienen a la altura de los ojos sus respectivos teléfonos. No hablan, pasan con el dedo pulgar una y otra página del móvil, todos están embebidos en la pantalla luminosa de su smartphone. Una de las mujeres, a la que las carnes se le salen del vestido llama ahora a alguien por teléfono con el sin manos activado. Habla altísimo y lo mismo hace su interlocutora. Sus voces retumba en el restaurante. Son gente animada y contenta a las que el cuerpo no les cabe en el asiento. Ahora ríen por cualquier naderías, bromean con la camarera, se hurgan satisfechos en los dientes con un palillo. Una estampa más para estas islas donde el castellano es la segunda lengua después del inglés.


albertodelamadrid.es











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