Sobre Dios y las minifaldas




Espinama – Madrid, 10 de abril de 2018 

Camino Vadiniense y Lebaniego. Etapa Espinama – Mi casa

Amaneció lloviendo. Más arriba de los tejados de Espinama los árboles vestían el blanco de la nieve. Los dos ganaderos con los que había hablado ayer tarde me habrían tachado de loco de remate si me hubiera atrevido a intentar la Horcada de Valcavao y el puerto de Pandetrave. También había estudiado con ellos la posibilidad de otro paso desde Cosgaya por Llanaves de la Reina para alcanzar Portilla la Reina, pero también me lo tumbaron a causa de la nieve; sin esquís o sin raquetas aquello era impracticable, amén de las posibilidades de avalanchas después de que sobre la nieve dura del invierno se hubiera depositado una buena capa de nueve reciente. 

Metido en el autobús observaba tras la ventanilla un paisaje gris que adormecida bajo la lluvia. Largas nubes lamían las laderas en las que de vez en cuando saltaba una cascada. Los niños de las aldeas vecinas camino de la escuela se comportaban como niños y llenaban el espacio del autocar de juegos y adivinanzas. Todos querían hablar a la vez, criajos entre cinco y ocho años que, en esta hora temprana daban fe con sus gritos y alboroto de que la vida era una fiesta. ¿A qué no sabes cuantas son ocho más nueve? O, ¿cinco veces uno cuánto es? Esta mañana les había dado por las matemáticas. El fantástico Desfiladero de la Herrmida pasaría poco más tarde frente a mi ventanilla después de que el autobús dejara a los niños y niñas frente a la escuela. Me voy a casa. En algún momento tramé ir en autobús hasta Mansilla de las Mulas, el final del camino Valdiniense, para hacerle llegar en sentido inverso hasta Riaño, pero las previsiones del tiempo me volvieron a la realidad. Cuando estas en el camino y tienes días de lluvia pues lo aguantas, pero meterte bajo un aguacero desde la comodidad de tu casa o el autobús no cuadraba mucho con mis expectativas, al menos con las de esta mañana. Así que llegado a Santander compré de inmediato un billete para Madrid. 

Atravesando el Desfiladero reflexionaba sobre la enorme capacidad del agua para abrirse paso a través de todo un macizo socavando rocas, erosionando y abriendo camino en el paisaje kárstico hasta dar con la salida camino del mar. Era un trabajo que se me aparecía como una excelente metáfora de la vida desde que nacemos hasta que llegamos a la madurez. La vida como lucha y esfuerzo a veces tiránico para salir adelante y crear un hábitat, para llevar a cabo la crianza de los hijos, para formar una familia armoniosa, para litigar en el campo social y político. Lucha continua como las aguas del río Deva que en su recorrido debe pulir asperezas, atravesar rocas y precipitarse por derrumbaderos en busca de su propia verdad, su propio destino. 

Estoy pidiendo un café en el bar y un hombre que se come un bocata me hace con los ojos una señal de connivencia señalándome con la vista un objeto a observar. Sigo su mirada y me encuentro uno de esos cuerpos cuyo cometido en la vida es exhibirse ante los ojos de los varones, una figura alta y esbelta con una minifalda hasta el ombligo, las piernas bien torneadas, la cintura de ánfora, la desenvoltura de quien encuentra un gran placer en exhibir el cuerpo que el dadivoso Dios le ha dado sin necesidad de hacer ningún especial mérito (y, por cierto, lo gracioso y contradictorio que resulta ver a estas minifalderas un tanto exhibicionistas  cómo echan de continúa mano al borde inferior de su minifalda para estirarla hacia abajo… no vaya a ser ser que… ¿pero en qué quedamos?, alma mía). A uno que de por sí es algo estrábico se le nubla la vista viendo así, a palo seco  sobre la mañana de la estación de autobuses de Santander un semejante espectáculo tan alegrador de la vista como de la libido. Habría que preguntarse por qué el bondadoso Dios ha puesto sobre el mundo semejantes cuerpos para después castigar con el fuego eterno a todos los que desean la mujer de su prójimo. No, si al final los islamistas van a tener razón vistiendo a sus mujeres de pies a cabeza con sacos de patata. Decir a alguien prohibido comer tal exquisitez y revestir el objeto de la prohibición de todos los atributos que la apetencia puede desear puede considerarse un acto de sadismo por parte de ese Dios, que será todo menos coherente y ecuánime. A Dios le querría ver yo, si es que le quedan unas pocas neuronas en el cuerpo, resistiendo la llamada de la naturaleza ante el espectáculo de una minifalda de muy buen ver paseando por delante de sus narices todos sus buenos y bonitos atributos de hembra. La verdad es que Dios defrauda al más pintado. Vaya birria de Dios que no sabiendo hacer honor a las bellezas de lo femenino, el muy envidioso se dedica a prohibir a todos los amantes de las mujeres hacer sus rituales de oración y sumisión ante las gracias que el sacó de una costilla adanera. Me temo que eso de que amarás a Dios sobre todas las cosas, que este señor colocó en el principio de las tablas de la ley no era más que un artilugio para esconder a un ser vanidoso que seguro estaba de que sus adoradores iban a caer en picado en el mismísimo momento en que vieran pasearse a Eva en sus mejores prendas, es decir cono Él mismo la trajo al mundo, por los vergeles del Paraíso. Si Dios fuera consciente de las tonterías que ha hecho a lo largo de la historia de la Humanidad seguro que barría del mundo toda la parafernalia católica y la sustituía por un culto mucho más acorde con la naturaleza humana, es decir por el culto a la mujer. Sólo me he tomado una cerveza, no más, advierto. Coño, ¿o no es verdad? ¿No sería más lógico adorar seres queridos y adorables, la belleza de las mujeres que se nos ponen en el camino, por ejemplo, que no a ese Dios que, navegando entre las nubes desde lo tiempos inmemoriales, lo mejor que nos ha traído al mundo son la peste negra, las guerras, o peor todavía, este neoliberalismo de lo devoradores de dinero, que no se van a enterar nunca de que la felicidad está en otra parte. Al menos los dioses de la antigua Grecia lo tenían más claro, se divertían de lo lindo ente las nubes folgando y copulando todo lo que les venía en ganas aunque Aquiles, Patroclo y todos los demás se estuvieran partiendo alma frente a las murallas de Troya. 

Me admiro esta mañana de lo tanto que da de sí un vistazo a una minifalda que se te pone frente a los ojo. Y levanto la vista y me encuentro ahora con los compañeros sordomudos con los que había coincidido en Cicera y me acerco y nos saludamos efusivamente como si nos conociéramos desde décadas. Es hermosa esta espontánea familiaridad que suscita el camino. 

Es el último post que colgaré en los grupos del Camino de Santiago del Facebook. Me despido con nostalgia de esos centenares de peregrinos afines al Camino que han seguido en lo dos últimos meses en algún momento mis pasos por las sendas del Apóstol. Para mí han sido una excelente compañía esos “me gusta” y los comentarios que los han acompañado. Gracias. 

Mi blog sigue sin embargo activo para ir dejando en él los rastros de mi peregrinaje por otros senderos, Pirineos, Picos de Europa, probablemente los Alpes en el próximo verano, cualquier camino que satisfaga mis deseos de ese entrañable contacto con la naturaleza que tanto tengo en estima. 










4 comentarios:

Unknown dijo...

En vez de "esfuerzo a veces tiránico", yo díría que cuadra mejor, titánico!
El Camino es Vadiniense...

Por lo demás, un gran relato y lamento que no pudieras continuar el camino.

En Mayo allí estaré con mi equipo.

Alberto de la Madrid dijo...

Pues bueno, ya sabes: Buen Camino. Para mí queda pendiente este bello itinerario. Otra vez será. Suerte.

Paci dijo...

Y no te olvides de Islandia.

Alberto de la Madrid dijo...

Seguro. De momento mañana estoy en otra isla, Formentera. Paso ahora mismo por Somosierra, nieve a gogó, así que me voy unos días a caminar junto a las olas.