Rumor de olas




Cercanías de Es Caló, Formentera, 13 de abril de 2018


Llueve, en medio de ese paraíso, entre las dunas, en un rincón insolitamente escondido, recogido en el confort de mi tienda, me preparo a hacer vida de ermitaño. Mañana maravillosamente inesperada. El rumor de las olas, la pereza matinal, los pensamientos y las sensaciones fluyendo blandamente por mi interior. La dicha de la soledad y la íntima relación con los elementos. Pura suerte el haber encontrado este sitio. Aquí podría pasar una semana junto a las olas sin ser advertido por los guardianes al servicio del sistema. Es el mejor colofón que podría haber imaginado como broche final de mi gira invernal de este año.

Las gaviotas, nada renuentes a la lluvia, parlotean como de costumbre más allá de mi tienda. Como no leo el periódico ni atiendo a las noticias sólo me queda escuchar el sonido de la brisa que agita mi tienda, el débil repiqueteo del agua sobre la tela, el fragor cercano de las olas rompiendo contra la arena y la rocalla próxima. Música a tres voces en donde las gaviotas meten baza de tanto en tanto con su graznido nada armónico.

Y cuando la lluvia cesa recojo, desmonto la tienda y me voy a la orilla del mar a pasear la mañana hasta Es Pujols, una de las pocas poblaciones de la isla donde sin haber desayunado me enfrentaré a una sabrosa dorada al horno, a una ensalada y a una tarta helada al whisky que me deja el cuerpo totalmente tonificado. Y viene la camarera a advertirme sonriente: se te va a quedar la dorada helada con tanto móvil. Y le digo que tiene razón, y dejo el móvil a un lado y degusto este manjar del que tanto recuerdo guardo de mis correrías por Ibiza, Mallorca y la costa mediterránea. Dorada al horno, uno de los platos que con más gusto tomo cuando camino junto al mar.

Está nublado y será sumamente agradable caminar por una costa solitaria hasta Es Caló donde se alzarán ininterrumpidos acantilados sobre los que pienso caminar esta tarde a la búsqueda de un agradable lugar para mí vivac.

Adicto como soy a las bellas palabras, permite, amigo Paco, que incluya aquí tu cita, que encuentro esta mañana en mi blog  de la Canción a las ruinas de Itálica , que se corresponden tanto con la actual situación en nuestro país:

 “Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
 campos de soledad, mustio collado,
 fueron un tiempo Itálica famosa”.

“Cualquier día de estos te veo en la trena, me decía ayer Paco, y es que hemos retrocedido, con la ley mordaza, 40 años. En un tiempo Formentera fue un paraíso para los espíritus libres y libertarios, una tierra donde podías acampar en cualquier lugar y nadie te molestaba, pero...”

Sí, como tantas cosas que nos ha traído la modernidad y los criterios de un mercado abocados a nuestra ruina. Pero hoy no voy a volver sobre el tema. Esta mañana, mientras recogía mis cosas, sobrevoló por encima de mi cabeza un helicóptero. Pies para qué os quiero, me dije, pensando en que mi escondite desde aire ya no era tal e imaginando que al rato ya tendría a la bofia tras los pasos de este pobre vagabundo, pero no, los de ahí arriba debían de andar de paseo gastando sin más combustible. Todo estaba muy tranquilo. De hecho, después de salir del parque de Salines d’en Marroig ya no me volví a encontrar ningún cartel de prohibición. Más, me llegó un comentario de alguien de la isla que afirmaba que el lugar que dejaba atrás era uno de lo rincones más bellos del planeta… y no sería yo quien dijera que no.

A partir de aquí apenas tendré lugares para abastecerme de agua y comida después de Es Caló. Tocará cargar en la espalda con todo lo necesario. Y mientras no salga algo de sol mi panel solar estará inactivo, lo que significa que tendré que restringir mi comunicación con el exterior. Tuve que esperar hasta las cuatro a que abrieran el supermercado. Salí de él doblado por el peso del macuto.

La costa este a partir de Es Pujols ya es un continuo acantilado. El sendero culebrea en su borde casi hasta las cercanías de Es Caló. Es un paseo bonito animado por pequeños grupos de flores amarillas y espolones erosionado color ocre que invitan a hacer uso de la cámara. Hoy el mar está calmo, apenas es un débil chapoteo contra las rocas. Esta noche vuelve a amenazar lluvia, así que me veré obligado a colocar la tienda. Además cuando cae el sol hace realmente frío.

Paso el final de la tarde sin hacer  otra cosa que mirar las olitas que vienen a acariciar las rocas de la orilla, tranquilas como quien se mueve de acá para allá por el simple capricho de hacer algo. Un cormorán que llevaba un rato mirando el horizonte desde la punta de una roca ha echado a volar y se ha zambullido en picado en el mar. El cielo está turbio, en el horizonte, al norte, se ve el azulado perfil de las colinas de Ibiza. Monotonía en los cristales.


albertodelamadrid.es














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